10/10/2011

domingo, 9 de octubre de 2011

00:01

Es tan extraño estar en la casa de veraneo sin sentir el verano en la piel. Este retiro me ha ayudado a meditar muchas cosas, como lo que deseo de mí, en contraposición a lo que otras personas desean para mi futuro. Es más fácil pensar cuando los ruidos de la ciudad no te atontan. La playa y la soledad hacen descansar la mente y el cuerpo. Cada día que pasa me acostumbro más a la quietud.
Cualquiera diría que los días se haría largos en una rutina tranquila de conversación, descanso y letras; pero ese no ha sido el caso. Me siento llena. Calmada. Es como si de a poco me pudiera volver a ver a mí misma frente al espejo. Ahora los pensamientos llegan con mayor claridad, meditados y transportados por este aire nuevo. Ya no me es difícil decir lo que pienso a pesar de que mi opinión no será bien tomada. Sé que me queda muchísimo por aprender, pero me voy sintiendo más adulta, más madura, como si el paso del tiempo no hubiese sido en vano.
Antes de venirme creí que me sentiría sola. Que alejada de aquellas personas con quien había compartido tanto durante tanto tiempo el mundo perdería parte de su color. Pero curiosamente me doy cuenta que el césped sigue igual de verde, y que el lago, calmo como una taza de té, aún brilla bajo los rayos de sol desde la vista que me da mi ventana. Quizás ya me estoy acostumbrando a estar sola, y por lo mismo ya no me es extraño estar alejada del mundo.
Cambiarme de un sitio a otro sin tener un lugar fijo a erradicado de mí el sentimiento de pertenencia. Siento que no pertenezco a ninguna parte en especial, y que a todo lugar al que vaya seré una visita. Mi maleta, variando el tamaño según la ocasión, seguirá lista para ser armada y llevarme nuevamente a un distinto destino. Y por más que mi estancia en el lugar perdure de unas semanas a meses, e incluso años, seguiré siendo aquella persona que en un momento debe volver a tomar la maleta e irse de allí. Mi hogar aún es un lugar incierto.

----

E intentaré no seguir preocupándome por ideas que llegan a mi mente ya negras y engorrosas de tanto pensar. Concentrarme a lo que vine y dejar que las meditaciones sean más claras que caóticas. Buscar en mí misma el sentido de ciertas cosas que sólo a mí me aquejan. Y de una vez por toda no agachar el moño y luchar mientras la torre se desmorona. Porque los cimientos ya están firmes para dejar la base intacta y desde ahí volver a crecer.

La libertad - de pensar, de vivir, de soñar, de sentir - ha llegado. Y no permitiré que nadie me la robe. Ni aún las trampas que hace el mismo corazón temeroso de ser herido.

L.E

0 comentarios: