La Historia No Escrita

jueves, 9 de junio de 2011


Hace un tiempo atrás, sin especificar fecha, quería escribir una historia. Durante días dio vueltas en mi cabeza, como un remolino de escenas que buscaban, sin encontrarlo, su unión. El pasado se entremezclaba con uno de esos futuros inciertos que brillan con cierta familiaridad que nos ciega. "¿Por dónde comenzar?" me preguntaba observando la planilla en blanco. Mordía mi labio inferior. Ponía música inspiradora. Rememoraba instantes que se habían marcado con claridad en los recovecos de mi mente. Pero no tenía nada, absolutamente nada que escribir.
Un día, sin más, decidí ponerle título a esa historia que se negaba a la conexión de mis dedos y las imágenes que circulaban por mis pensamientos:

"El Loco y su Torre"

Así, nada más. Un nombre inspirado en cartas y en números astrales. La torre que se alzaba hacia el cielo fue derrumbada por el rayo celestial, y ahora, casi arruinada, volvía a elevarse con pilares mucho más fuertes hacia las nubes. El problema estaba en que el Loco, el mismo Loco del pasado que había hecho marcas en cada una de sus paredes, quería volver a habitar aquella Torre que tantas emociones le había causado. Pero la Torre, por más que deseaba verlo volver, no se podía forzar a ella misma a abrir su puerta. El Loco nunca había tenido la fuerza suficiente para jalar de sus manillas y entrar de una vez y para siempre en ese lugar. Sus estadías, que a la larga fueron sólo temporales, ahora ya ni siquiera hacían eco en los pasillos nuevos y relucientes que la Torre estaba por estrenar. No eran más que un recuerdo en el suelo remodelado, y un suave adiós de la única pared que quedó en pie. En ella, antes de que el rayo derrumbara gran parte de su arquitectura, el Loco había tallado con un cincel "Siempre serás mi Amor". Y ahora, tras las nuevas confecciones, sólo la palabra "Amor" se había mantenido intacta en la madera.
Pero era gracias a esa palabra que la Torre jamás había perdido las esperanzas. Una palabra que en sí misma significaba todo, y a la vez nada con respecto a él. La Torre, que de a poco se iba acomodando a esa nueva infraestructura que la formaba, elevaba su mirar al cielo y se sentía cálida y acogida por los tibios rayos de sol.

Y yo, hoy, sin saber del todo si es casualidad o un mensaje de una fuerza inmaterial, escribo la historia del Loco y la Torre que antes no pude escribir; y me atrevo a decir, sin lugar a duda, que el primer error de esa historia fue agregar una palabra de dos letras que no tenía que estar ahí. "Su" estaba demás desde el inicio, porque la Torre no era de nadie más allá que de ella misma, y el Loco hace tiempo que había dejado de habitar en ella. Su voz en las habitaciones desiertas eran sólo un eco nostálgico, y la Torre ya no quería vivir de nostalgia. No. La Torre buscaba que el rayo que la destruyó le diera un par de respuestas, mientras inevitablemente se acercaba más y más al aire celestial.

Por suerte en las buenas historias las respuestas (al menos algunas) aparecen tarde o temprano. Y en este caso una de ellas apareció en compañía de la luz de las estrellas y del golpeteo de un puño en la nueva construcción. La Torre se despertó de su espera y sintió como alguien quería jalar la manilla.

La luz de la luna emitió un nuevo fulgor.

L.E

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