Hojas de Otoño

domingo, 3 de abril de 2011

Miércoles. Día en el que la primera hoja dorada se interpuso en mi camino. No lo dudé, porque un millón de imágenes se posaron en mi cabeza al momento de pisarla. Crujió como si fuera chocolate congelado siendo trozado por mis dientes.


Siempre me gustaron las hojas de otoño. Los caminos color sepia y la brisa que mece las ramas de los árboles. La lejanía del sol amarillo hacia uno pálido y agradable. El olvido del verano para ver venir el nostálgico invierno. Transición. Acostumbramiento. Lluvias que no mojan y fríos que no congelan. Equilibrio, entre el sí y el no.


Otoño es el ying yang.


Risas que se entremezclan con el sonido de los automóviles. Pañuelos en el cuello, dejando la bufanda en el armario hasta un par de meses más. Botas en la noche, sandalias en el día. Chaquetas delgadas sin capucha.


La última vez que lo vi fue un día de otoño. Ambos llevávamos lentes oscuros por el sol, ese sol aún enceguecedor de medio día. Nos abrazamos. Apoyé mi rostro en su pecho y me dejé acunar por sus brazos. Era grande, mucho más grande que yo. En él, con él, siempre me había sentido protegida. Besó mi mejilla y corrió mi cabello hacia atrás, buscando mis ojos. Nos encontramos y su sonrisa me lo dijo todo.


Yo no sonreía.


Desde entonces evoco el otoño y recuerdo el silencio ruidoso de su lejanía. Se confundió entre las personas y mi mirada lo perdió para siempre. El agujero en mi corazón fue tan profundo que la sangre salió a borbotones y bañó la acera. Nunca más volvió a latir con normalidad.


Ahora sólo las hojas de otoño me recuerdan su voz.


Sólo hay hojas de otoño por todas partes.

L.E

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