Marcas

jueves, 11 de febrero de 2010


Varias marcas ornamentan mi cuerpo llevándome a recordar distintos momentos de mi vida.

Un tipo de ellas es la que nace por operaciones a las cuales me he visto expuesta. Unas más terribles que otras.

Me han operado tres veces en mi vida.

La primera fue a los 3 años del oído... una operación corta que no recuerdo.

La segunda vez fue a los 5 años y aún tengo la cicatriz en la parte superior de mi espalda, sobre la paleta derecha. Cuando desperté de la anestesia no hice nada más que llorar durante horas, sin detenerme a respirar. Por suerte sólo era un tumor benigno lo que fue fácilmente removible… aunque no del todo.

La tercera y última vez que entré al pabellón fue a los 14 años de edad. Estuve 6 horas en la mesa de operaciones y unas dos horas más en la sala de recuperación. Todo me dolía, mi nariz, mi cuello, mi cabeza. Cada vez que comía vomitaba sangre por las nauseas de la anestesia y de las heridas provocadas por el tubo que no quería pasar por medio de mi garganta. Era desagradable la sensación de invalidez junto al calor que acompañaba el inicio veraniego del año.
Y aquellas horas que estuve dormida frente a las manos de la doctora me dejaron de regalo una larga cicatriz que rodea toda la parte baja de mi nuca, de oreja a oreja, justo disimulada por el crecimiento del cabello.

Además de ello tengo varios lunares curiosos.

Uno sobre mi hombro izquierdo, pequeño y de un oscuro color marrón. Otros dos que están sobre mis pechos, prácticamente a la misma altura como si fueran el linde natural que marca el límite de una curiosa mirada. También tengo uno saliente que siempre he querido sacar a rasguños, justo bajo mi pecho derecho. Y el más mínimo está sobre la palma de mi mano izquierda, bajo mi dedo índice, como una mancha minúscula hecha por chocolate dulce.

Pero quizás las marcas más significativas que me han hecho son aquellas invisibles que se esconden en el alma. Aquellas heridas que se sanan a base de cosas más simples, pero a la vez más difíciles de encontrar que los antibióticos y los ungüentos. Heridas, cicatrices y marcas que se sanan con palabras de aliento, con besos escondidos, con caricias y sonrisas que nos conmueven y nos dan fortaleza. Heridas que no necesitan cuchillos para sangrar, y que solo con miradas y gestos nos dañan por y para siempre.

No llevo en mi cuerpo exterior esas heridas que he sufrido a lo largo de los años; no se ven, al menos que me estudien con detención. No me gusta que se vean, a pesar de que cada cierto tiempo siento que se abren para verter lágrimas de sangre…

Porque aquellas heridas son las únicas que realmente me hacen avergonzarme, y son las únicas que me gustaría olvidar, aunque ello signifique olvidar todo lo aprendido a través de ellas…

… aunque eso signifique dejar de ser yo por lo mismo.
L.E

1 comentarios:

El Pantano de Fiona dijo...

buen tema ember........las marcas son las letras de nuestra historia personal...por san valentin hay regalo pantanoso
besos
fiona