El beso que no fue

martes, 16 de junio de 2009


Brotó de mi boca pintada. Justo ese día mis labios llevaban una mezcla de melocotón con carmín. Parecía un beso tímido, de esos que se ocultan tras unas enormes gafas y se delinean por sonrisas falsas. Pero no era tímido, todo lo contrario, era un beso que encerraba dentro de sí una canción olvidada y un recuerdo latente... tan dulce como la miel.


Lo vi pasear por tu cuello, extranjero en piel ajena. Se deslizaba por la curvatura hacia tus hombros y se perdía en los músculos de tus brazos. Su invasión suave parecía una danza que descendía hacia tu muñeca y se detenía sobre tu mano, para quedarse quieto un segundo más de lo esperado en la parte blanca de tu palma abierta. Tú te estremeciste.


Sin dejar de sonreír, mis labios llevaron el beso hacia tu pecho, sobre tu corazón. Aún con el ruido de la avenida se podían sentir tus latidos, la sangre que se regaba por tus venas y que se pulsaba hacia tus pies. Un sonido que se aceleraba mientras mi beso rebelde bajaba hacia tu cadera, buscando como un caza recompensas aquel lugar que esperaba morder.


Y podía sentir el calor que emanabas sólo con posar mi boca sobre tu boca. Alientos fantasmagóricos que se entremezclaban, sabiendo a locuras de días pasados, a sueños de noches futuras, a momentos en que debí decirte te amo... pero que no me atreví.


Ese beso maldito que jugó contigo, con tus ganas y con tus miedo. Un beso ausente que se evocaba en cada encuentro, que se truncaba en caricias sueltas y se depedazaba con el nuevo silencio.


Beso que sabe a muerte, pequeñas muertes que quedaron perdidas en un baúl sin llave. Una muerte lenta y placentera que no necesita guadaña para hacerte caer.


Sin embargo, dejando de lado el beso de ilusiones que quedó atrapado en mi memoria, hay algo que sí creo comprender. Y es que aquel beso húmedo habría llevado a descargas eléctricas inhumanas, demasiado sobrenaturales para hacernos entender. Porque cuando las cosas están destinadas a ser tremendas... muchas veces es mejor que no sucedan.


Tal como el beso temeroso que nunca pudo ser.

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