Efecto Murakami...

martes, 24 de marzo de 2009

Me siento borracha, pero no lo estoy. Nadie puede emborracharse con una botella de cerveza. Aunque, de todas formas, yo suelo ser una excepción a la regla, y entre esas excepciones puede estar el hecho de que sí me puedo emborrachar con sólo una cerveza.
El piso me da vueltas, y al cerrar los ojos siento que podría quedarme levitando sobre la vereda para dormir una suave siesta, sintiendo en la helada brisa del incipiente otoño tus caricias. Sí, cierro los ojos y aún te veo aquí, con tu sonrisa, con tus besos robados, con tu incierto y esquivo sentido del humor. Cuando pienso en ti imágenes y palabras se vienen a mi mente, la masturbación se confunde con la ideología, el calor humano con los cafés a media tarde. Bufandas en los cuellos en un invierno gélido y mordiscos indebidos entre sábanas arrugadas. Tú eras así, un desconcierto para todos con tus cambios de humores repentinos. Disfrazabas la tranquilidad en la rutina y lo divertido en un torbellino. Sin importar qué hicieras… siempre me sacabas una sonrisa.
Pero un día de sol y de golondrinas, para faldas cortas y risas veraniegas, decidiste que no querías pertenecer más a este mundo. No sé qué pasó por tu cabeza en el instante que tomaste esa cortapluma, si estabas drogado, lúcido o experimentabas algún tipo de ataque. Aún menos logro entender porqué buscaste una manera tan vulgar para terminar con todo. Tú, que siempre hacías todo para ser especial. Tú que te desmayabas cuando veías la sangre.
Mis labios no serán besados nuevamente, porque temo que si beso a alguien más sienta que te pierdo. Caricias ajenas podrían borrar las huellas de tus manos en mis caderas, de tu lengua juguetona detrás de mi oreja, de tus suspiros entrecortados que yo adoraba producir con la fricción de nuestros cuerpos. Temo que un beso nuevo signifique que te olvido un poco, a pesar de que yo jamás podría olvidarte. No es posible olvidar a alguien tan loco y sensato como tú.
A veces recorro las calles por las que solíamos caminar. Me detengo en una heladería y pido el especial de coco y naranja. No sé porqué pido ese helado cuando siempre te criticaba la mezcla extraña. Pero saborearlo con mi boca, respirar el aire, y luego abrir mis ojos frente al enorme árbol en el que nos cobijábamos, hace que sienta tu lengua mezclada con la mía, como si nuevamente me estuvieras besando como te gustaba hacer. Y no hace falta que me recuerde que no volveré a besar tu boca nuevamente, no es necesario pensar que te fuiste sin dejar ninguna explicación…. Porque tú eras así: incomprensible, inexplicable y, definitivamente, indescifrable.

Y yo te amaba porque eras así.

Te amo.

Y te amaré.
OoOoO
Tokio Blues fue un libro que me dejó en un estado que me llevó a escribir eso. Una meditación que me dejó plasmada en la vida, preguntándome cómo sería ser sólo un maniquí al cual los distintos sucesos de mi alrededor vistieran.
Medité acerca de la muerte, del sexo y de la confabulación de ambos en la historia de nuestros días como personas. Si morir es sólo morir o, tal como dice el protagonista, es una etapa que sigue a la vida....
Es extraño, pero realmente quedé en un estado de inercia... preocupándome más de ser observador que observado...
¿Parece ser común, no?.
Me despido aún repirando el artificial aire de Tokio.

1 comentarios:

TILDITA dijo...

Le tengo ganas hace rato! Jajajaaa, por ahora ando coqueteando con otro japonés, Seishi Yokomizo, y "El clan Inugami". Voy por la mitad y me tiene atrapada; y en lista de espera tengo a un ¿sueco o dinamarqués?, Stieg Larsen, que con "Los hombres que no amaban a las mujeres" se trae unas críticas de aquellas!

Besos atrasados! (No se por que nunca me aparece cuando actualizás!Grrrrr:)