Despedida...

viernes, 3 de octubre de 2008


El destino ya había hablado. Las manecillas del reloj avanzaban hacia ese futuro inseguro, y yo sólo pensaba en el miedo que me daba dejarte partir.

Quería enredarme a tu cintura, entremezclarme con tu aliento. Necesitaba sentir que eras mía durante un minuto más, y perderme en aquella sensación que me producía tanto dolor, desconcierto y un gozo extremo. Verme reflejado en tus ojos violáceos, mareado por tu voz cantarina, exhausto por tus roces melosos, ardientes.

Sí, te amaba. Te amaba muchísimo.

El tema del cantante español sonaba en la radio del vehículo con una rapidez que me asombraba. Yo siempre había pensado que esa canción era lenta, pero ahora que te ibas el tiempo quería correr sin que yo me percatara de su absurda traición. Avanzaba más deprisa sólo para llevarte antes de lo previsto.


Y odiaba el tiempo. Los días. Las distancias. Los miedos. Las desilusiones.
Porque yo deseaba quedarme contigo hasta que las estrellas se pulverizaran en el eterno firmamento. Rogaba al destino porque me permitiera besarte hasta que el amanecer se tornara atardecer, y luego ese se confundiera con la noche oscura, con sus misterios, sus ecos, sus luces difuminadas en la carretera perdida que nos llevaría por un camino escondido, juntos.

Pero la burla del deber ser llegaba como un grito estridente a mis oídos. Las nubes grisáceas se apartaban dejando asomar un sol que brillaba menos que lo usual. Y las flores parecían secarse mientras avanzaba hacia la puerta de tu casa, donde te perdería, te alejaría de mí, sin volver a encontrarte para saciarme de la locura que sentía hacia ti.

Las pisadas se mimetizaron con las alargadas sombras de nuestros cuerpos. Tu vestido vaporoso bailaba entretenido por la brisa primaveral que rozaba tus pantorrillas. Y tu cabello jugueteaba con las ramas del cerezo que flanqueaba la entrada a tu mundo, de la guarida de concreto que no me permitías cruzar.

- Te recordaré, lo prometo- me murmuraste con una lágrima cristalina perdiéndose en la comisura de tus labios sonrosados.

- No lo hagas- te rogué, acunando tus manos entre las mías-. Olvídame, deja que sólo yo recuerde-.

Tus ojos expresivos me dejaron leer la inquietud en ellos. No entendías porqué te pedía eso. Quizás nunca lo entendiste.

- No podré olvidarte, aunque quiera hacerlo- me aseguraste, a pesar de que tu labio tiritón revelaba tu duda.

- Lo harás. Al final, todas lo hacen-.

Y con el último roce de manos di vuelta atrás. Porque despedirme me trisaba el alma. Y nada le duele más a un fantasma que ver su espíritu quebrado.

Un fantasma que olvidó tener fe, y que con ello perdió su vida.
~*~*~
La historia de un hombre... que dijo adiós para siempre.
Otra inspiración melancólica de mi carpeta.
Un beso
Ember...

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