A la espera de escribirte una carta hago de estas líneas la carta perdida, aquella que llegará en una botella que navegue en un mar de mil años. La carta muerta. La carta inútil. La carta que tantas ensoñaciones ha roto en su paso por islas y ríos barrosos.

Nos amamos. Veo amor en tus ojos y en los míos, en la complicidad de las palabras, en los silencios que infinitos no callan, sino gritan los pensamientos que a menudo aguardamos. Pero el amor muchas veces no lo es todo. Porque el amor es frágil, liviano, efímero.

He prometido amarte mil vidas más y muchas otras que no llegaré a existir. Me lo he prometido a mí misma porque hay cosas que no se deben decir en voz alta. Los miedos corrompen, fantasean con la capacidad de transformarnos, de alejar de lo bueno todo lo que hemos construido, y a veces yo no puedo dejar de temer.

¿Pero a qué le tengo miedo? ¿A ti? ¿A tu capacidad de herirme? ¿A las fantasías que tontamente me he inventado - las cuales poco invento parecen - y que te involucran?.

Le temo al mañana. A tu sonrisa. A no ver amor en tu mirada. A no merecerme lo que es tenerte y que me hace tan feliz.

Pero ya muchas veces me he dicho que soy valiente. Soy un león que arremete contra la selva, que gruñe y ruge como amo de su vida y de cada una de sus decisiones.

Soy el león, un león que teme pero que recupera la valentía.

Y no necesito un par de zapatos rojos que me ayuden a encontrar mi rugido nuevamente.

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