Corazón

lunes, 27 de julio de 2015

El corazón era demasiado grande y no cabía en el pecho. Cuando el doctor lo miró en su mano hizo una mueca a la enfermera y se preguntó cómo aquel corazón pudo habitar en ese reducido espacio que tenía designado. Era un corazón grande, fibroso, un músculo que en su momento debió latir con fuerza y que ahora pesaba sin vida sobre su mano. No parecía un corazón extraño, salvo porque era grande y la sangre que alguna vez lo había llenado ahora se encontraba coagulada en sus recovecos. Ello le daba un halo de pétrea existencia, como si se tratara de un fósil de corazón que había sido olvidado hace demasiados años, fases y fases de vidas tras su descubrimiento. Sus dedos sopesaron aquel corazón en su mano y dirigió su mirada hacia aquel rostro poseedor del corazón muerto. El cadáver poco tenía que ver con el corazón que alguna vez había latido en su interior, pues en el menudo cuerpo de aquella mujer raro era que cupiera un corazón tan grande. Los rasgos que alguna vez habían sido hermosos hoy mantenían un gesto severo que enfrentaban la muerte con cierta molestia. No había resignación en aquel entrecejo, sino enojo por haberle arrebatado la vida demasiado pronto. Parecía preguntarse con cierta altanería propia de la edad: ¿Qué justicia había en morir? Ninguna.

No había justicia en la muerte, pensó el doctor, pero tampoco había justicia alguna en la vida.

La vida carecía de justicia.

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