Feli-no-dad

lunes, 15 de marzo de 2010

Amanda abrió los ojos y alzó los brazos hacia el cielo azul.

Como un rayo de plata las plumas del ave brillaban por el sol. Su vuelo parecía un baile relajado en la pista celeste, y sus ojos oscuros se fijaban en los brazos que Amanda impulsaba hacia arriba como si quisiera alcanzarlo.

Leyendo sus pensamientos, el ave descendió hacia Amanda. Manteniendo su vuelo en círculos rodeó las manos de Amanda, y dejó que sus plumas de plata acariciaran sus dedos. Eran tan suaves al tacto que se asemejaban a una nube de algodón, y al sentirlas en contacto con su piel pensó en la dicha que se podría encontrar tras las nubes después de una tormenta.

El ave aprovechó el impulso y arañó con sus garras las palmas de Amanda. Dio otra vuelta y rozó sus muñecas. Y de último acercó su pico a sus dedos y se enganchó de su punta, rompiendo la piel y alzando el vuelo hacia el cielo con un hilo de sangre goteando de sus plumas.

Amanda cerró los ojos por el dolor del picoteo y bajó su dedo directo hacia su rostro. Observó la herida y metió su dedo en su boca, buscando aliviar el dolor palpitante.

Fue entonces que sintió algo que nunca había sentido con anterioridad. El sabor metálico, ni dulce ni salado de su sangre que se colaba por su boca y descendía hacia su garganta. Apretó sus labios contra su dedo y saboreó aquel dolor que traía ese agradable gusto. Aún con su dedo en la boca levantó la mirada y vio al ave que seguía volando en el cielo, esperando expectante su reacción.

Y a pesar de la herida que ahora tenía en su dedo no se arrepentía de alzar sus brazos y sentir aquellas suaves plumas entre sus dedos.

No había que arrepentirse de ser feliz, aunque muchas veces ser feliz duela un poco.
Incluso más de lo que uno creería.
L.E

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