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Los colores anaranjados del sol de la tarde teñían las paredes blancas de la habitación. El olor a hierba se propagaba por su cabello, se impregnaba en sus sábanas, daba vueltas por el aire que respiraba y nuevamente volvía a nublar su razón para dar total olvido a sus deberes.
¡Vive!
Sus manos se empuñaron y sangre brotó de sus palmas rotas por sus uñas. Pero no le dolía. La droga transformaba la miseria en alegría, el dolor en placer, el sexo en descontrol, el alma en ente... veía como frente a sus ojos todo parecía más claro que ayer, sin importar que otro cuerpo cálido estuviera descansando a su lado.
¿Otro cuerpo?
La lengua foránea recorrió su boca con suavidad. Las mismas manos de anoche ahora tomaron su mentón para ajustar la cabeza a su gusto; y ella podía reconocer la ternura escondida en ese gesto. Una ternura que se agudizaba a la vez que el beso se hacía más lento, como una balada salpicada por notas, iluminada por estrellas y dueña de un secreto dulce que lo hacía parecer más íntimo de lo que debía ser.
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