Resignación

miércoles, 3 de septiembre de 2008


Tengo miedo.

El eco revuela la sala oscura donde me encuentro, repitiendo mi nombre una y otra vez.

Aliento y suspiros se cuelan por las grietas de la puerta roñosa, y todos me llaman, me evocan desde al abismo al cual no deseo saltar.

La luz de las brasas se apagó de golpe, y con ello ya no hay nada que ilumine el contorno de mi cuerpo.

Frío y hambre; temor y descontrol… pánico es la sensación que se extiende desde el granito del suelo hasta la chata bóveda del techo gris. No hay nada más allá de las paredes ovaladas, sólo desesperación.

No sé porqué hoy me siento aún más perdida que ayer. Pareciera que el futuro dejó de tener lógica y se volvió etéreo y negro, como la bruma de media noche que cubre el asfalto desierto de carretera. Todo es confuso.

Recuerdo tus ojos almendrados reflejando mi perfil. El fulgor de un brillo de admiración se hacía latente en ellos cuando me contemplabas. Pero ya no hay nada: ni brillo, ni polvo, ni murmullos de risas agraciadas.

Pestañeo y vuelvo a cerrar los ojos, es más agradable mi propia oscuridad que aquella que baña la olvidada alcoba. Hasta mi corazón deja de latir para no interrumpir el asfixiante silencio, demostrando con ello que mi vida no es más que una molestia en la inconmensurable eternidad.

No tengo amor que entregar, porque al dejar de tener sueños el amor no existe. Olvidé cómo se volaba, cómo se reía con sinceridad; incluso extravié la pasión y los instintos en mi búsqueda por el control absoluto.

Y no, yo nunca me arrepiento de mis decisiones.

Temblor. El fin se acerca con ese alarido de sufrimiento que brota desde arriba. Pero todo ello no es más que efecto de mi absurda imaginación: no tiembla, no hay gritos, no hay luz alguna que rodee el umbral de la puerta.

Mis fuerzas flaquean, mi sien retumba como una bomba pronta a estallar, y las nauseas son agazapadas por el sueño hipnótico en el que me sumerjo.

Y sintiendo como mis músculos se relajan dejándose llevar, yo sólo ruego que esta noche un arcoíris y tus ojos almendrados sean la visión de mis ensoñaciones mientras duermo. Y a la vez que mi cuerpo famélico descansa incómodo sobre la piedra helada, yo pensaré en tus brazos, en tus dulces palabras, y en tus suaves besos que siempre me ayudaban a encontrar el equilibrio en mi vida simulada.

Por favor, perdóname.
~*~*~
Algo que escribí alguna vez...
... comparto con ustedes aquel pedacito de mi alma.
Lady Danielle

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