En más de algún momento llegué a pensar que el verdadero amor no existía.
Me equivoqué.
El verdadero amor es ese que se construye cada día, frase a frase, tiempo a tiempo.
Y yo lo encontré.
Amarte es lo más lindo que me ha pasado.
A la espera de escribirte una carta hago de estas líneas la carta perdida, aquella que llegará en una botella que navegue en un mar de mil años. La carta muerta. La carta inútil. La carta que tantas ensoñaciones ha roto en su paso por islas y ríos barrosos.
Nos amamos. Veo amor en tus ojos y en los míos, en la complicidad de las palabras, en los silencios que infinitos no callan, sino gritan los pensamientos que a menudo aguardamos. Pero el amor muchas veces no lo es todo. Porque el amor es frágil, liviano, efímero.
He prometido amarte mil vidas más y muchas otras que no llegaré a existir. Me lo he prometido a mí misma porque hay cosas que no se deben decir en voz alta. Los miedos corrompen, fantasean con la capacidad de transformarnos, de alejar de lo bueno todo lo que hemos construido, y a veces yo no puedo dejar de temer.
¿Pero a qué le tengo miedo? ¿A ti? ¿A tu capacidad de herirme? ¿A las fantasías que tontamente me he inventado - las cuales poco invento parecen - y que te involucran?.
Le temo al mañana. A tu sonrisa. A no ver amor en tu mirada. A no merecerme lo que es tenerte y que me hace tan feliz.
Pero ya muchas veces me he dicho que soy valiente. Soy un león que arremete contra la selva, que gruñe y ruge como amo de su vida y de cada una de sus decisiones.
Soy el león, un león que teme pero que recupera la valentía.
Y no necesito un par de zapatos rojos que me ayuden a encontrar mi rugido nuevamente.
Nos amamos. Veo amor en tus ojos y en los míos, en la complicidad de las palabras, en los silencios que infinitos no callan, sino gritan los pensamientos que a menudo aguardamos. Pero el amor muchas veces no lo es todo. Porque el amor es frágil, liviano, efímero.
He prometido amarte mil vidas más y muchas otras que no llegaré a existir. Me lo he prometido a mí misma porque hay cosas que no se deben decir en voz alta. Los miedos corrompen, fantasean con la capacidad de transformarnos, de alejar de lo bueno todo lo que hemos construido, y a veces yo no puedo dejar de temer.
¿Pero a qué le tengo miedo? ¿A ti? ¿A tu capacidad de herirme? ¿A las fantasías que tontamente me he inventado - las cuales poco invento parecen - y que te involucran?.
Le temo al mañana. A tu sonrisa. A no ver amor en tu mirada. A no merecerme lo que es tenerte y que me hace tan feliz.
Pero ya muchas veces me he dicho que soy valiente. Soy un león que arremete contra la selva, que gruñe y ruge como amo de su vida y de cada una de sus decisiones.
Soy el león, un león que teme pero que recupera la valentía.
Y no necesito un par de zapatos rojos que me ayuden a encontrar mi rugido nuevamente.
Corazón
lunes, 27 de julio de 2015
El corazón era demasiado grande y no cabía en el pecho. Cuando el doctor lo miró en su mano hizo una mueca a la enfermera y se preguntó cómo aquel corazón pudo habitar en ese reducido espacio que tenía designado. Era un corazón grande, fibroso, un músculo que en su momento debió latir con fuerza y que ahora pesaba sin vida sobre su mano. No parecía un corazón extraño, salvo porque era grande y la sangre que alguna vez lo había llenado ahora se encontraba coagulada en sus recovecos. Ello le daba un halo de pétrea existencia, como si se tratara de un fósil de corazón que había sido olvidado hace demasiados años, fases y fases de vidas tras su descubrimiento. Sus dedos sopesaron aquel corazón en su mano y dirigió su mirada hacia aquel rostro poseedor del corazón muerto. El cadáver poco tenía que ver con el corazón que alguna vez había latido en su interior, pues en el menudo cuerpo de aquella mujer raro era que cupiera un corazón tan grande. Los rasgos que alguna vez habían sido hermosos hoy mantenían un gesto severo que enfrentaban la muerte con cierta molestia. No había resignación en aquel entrecejo, sino enojo por haberle arrebatado la vida demasiado pronto. Parecía preguntarse con cierta altanería propia de la edad: ¿Qué justicia había en morir? Ninguna.
No había justicia en la muerte, pensó el doctor, pero tampoco había justicia alguna en la vida.
La vida carecía de justicia.
No había justicia en la muerte, pensó el doctor, pero tampoco había justicia alguna en la vida.
La vida carecía de justicia.
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