Hurt

lunes, 23 de enero de 2012

Cuando uno está pendiente de sus propias heridas es muy difícil ver las heridas ajenas. Aquellas heridas invisibles que parecen manchar el mantel a cada palabra. Sangre de agua que ensucia la ropa, los zapatos, el suelo y hasta las yemas de los dedos con cada nueva mirada. Esas malditas heridas que no desaparecen con el tiempo ni con el viento, sino que a cada tic tac del reloj se hacen más profundas, como si quisieran atravesar todo el cuerpo y pasar al otro lado para poder liberarse. El problema está en que no existe dicha liberación. No hay forma alguna que aquellas heridas sean sanadas u olvidadas. Sólo podemos aprender a vivir con ellas. Soportar el peso de su dolor y alzar los ojos para no volver a ser heridos.

Sé que me hieres. Lo sé. El dolor se acentúa cada vez que inspiro. Ya no quiero respirar. No quiero caminar. ¡No quiero abrir los ojos!.

El rojo me rodea y ya no distingo el sol. Son millones de cuchillos que se posan en mi piel y la hacen tira, la rajan y la estiran. Duele. Duele más que nada. Duele tanto que ya no puedo pensar... que ya no quiero pensar.

"No, nunca le pegó. Lo prometo, señor policía, nunca le pegó. Lo sé, la vi todos los días del año durante una década completa. ¿Que si la veía bajo la ropa?, ¡claro que no!. Soy un hombre decente. ¿Que cómo puedo asegurarlo?. Porque su rostro no mostraba un dolor físico, sino un dolor distinto, una tristeza que se arrastra consigo y que pesa más que huesos rotos. A ella le dolía el alma, y le dolía tanto que suspiraba sangre. No, claro que no exagero, es muy común suspirar sangre. Esas son las huellas que dejan las heridas de corazón. El corazón es un órgano delicado que no tiene forma de ser sanado, y él no hacía más que herirselo a cada momento con algunos de los métodos más comunes: el desamor o la indiferencia. Sí, ella lo amaba, pero él, si es que la amaba, nunca se lo demostró. Siempre fue frío, duro, demasiado independiente. Jamás le dijo que la quería, ni aún cuando ella tuvo el accidente. A mi parecer le tenía miedo. Temía depender de ella, y así la fue matando de a poco, tratándola mal, desgarrándole una a una cada capa de su corazón, como quien pela una cebolla. No, no sé nada de armas de ese tipo, soy un hombre viejo y no sé de esas cosas, pero déjeme decirle algo, lo que usted está investigando no es un crimen... es una victoria del dolor sobre el amor. Y créame, el dolor casi siempre gana. Pocas personas pueden amar tanto para sanar el corazón de alguien dañado. Son pocas las personas que tienen tanta paciencia en estos años".

L.E

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